Diario recibimos quejas de muchos padres en referencia al comportamiento de sus hijos sobre todo esas quejas podemos englobarlas en falta de disciplina o atención a las normas que se imponen en casa. Los niños crecen y empiezan a querer gozar de su propia autonomía escogiendo a menudo caminos distintos u opuestos de los que parecen desear los padres.

 

En la escuela sucede algo similar: los pequeños a los que enseñamos a pronunciar las primeras palabras ahora nos contestan o replican cuando algo no les gusta.

 

Para mí cuando escucho esas quejas lo primero que pienso es que ahora hemos perdido el control de esos niños que se han vuelto con el paso de la edad en pequeños indisciplinados y esa ausencia de control nos produce tal desasosiego que necesitamos culpar al niño de muchos errores cometidos por nosotros. Los profesores buscan comodidad cuando dan sus lecciones y los padres pretenden que su propia conducta irresponsable no sea percibida por sus hijos.

 

En resumen la consulta se llena de niños con “problemas de conducta” cuya única resolución está en manos de los padres. Vamos a ver algunas de las quejas más comunes que podemos encontrarnos en una primera entrevista con una madre angustiada ante la problemática conductual de su hijo:

 

-Mi hijo no me escucha cuando le digo que tiene que hacer alguna cosa.

 

-No hay manera de que se acueste a una hora razonable.

 

-Los profesores de mi hijo están hartos de su comportamiento: no rinde nada y siempre está molestando en clase.

 

-Mi hijo dice mentiras.

 

-Siempre está irritado y contesta mal.

 

Todos los niños son distintos a pesar de tener en común muchos de ellos los problemas arriba enumerados. La experiencia vital de cada niño es lo que conforma su propia individualidad.  Esa experiencia la recogen principalmente de dos ambientes: uno la familia y el otro, la escuela. En un ambiente y en otro los niños encuentran modelos que les sirven de ejemplo. Si esos modelos no son los adecuados estaremos favoreciendo la problemática en el niño. Padres exigentes, despreocupados de aquello que es importante para el niño, nerviosos, demasiado permisivos, poco tolerantes, histéricos, poco afectivos, dependientes, posesivos, fóbicos, obsesivos, injustos, incoherentes,... y muchos otros calificativos que ahora mismo ya no se me ocurren, son los que marcan la diferencia entre un niño indisciplinado y uno disciplinado. En una familia es muy fácil encontrar el eje de toda una dinámica familiar problemática en uno de sus miembros quien suele corresponder a la figura más sensible y susceptible, es decir en el niño. Incidir en el ambiente familiar es tarea poco probable para un psicólogo, en primer lugar los padres no suelen aceptar la mala dinámica que se vive en su territorio con lo cual ya no dejan que puedas intervenir su rutina errónea. Simplemente convergen los problemas en la figura del niño esperando que cambies aquello que sólo se solucionaría cambiando de familia. Es duro pero a menudo lo siento de ese modo.

 

A título de ejemplo me gustaría hacerlos partícipes de mi contacto con una alumna y su familia esperando que ello nos sirva de reflexión para todos aquellos que tienen hijos.  La mamá de esta niña hizo una cita conmigo para hablarme de su hija. Vino sola y su aspecto denotaba impaciencia. Su hija es una niña de 9 años que se cambió de escuela a finales del pasado año por motivos de cambio de residencia. Su anterior escuela era privada y de tendencia religiosa y la actual, pública. Parecía haberse “descontrolado” según su madre con el cambio de escuela junto con tener conductas indeseables en casa.

 

Por ejemplo, pintó un trozo de pared y cuando su madre le preguntó ¿por qué? No supo dar respuesta. Enganchaba “mocos” en la pared sin tampoco saber el motivo. Parecía mostrar agresividad dirigida hacia la nueva vivienda para fastidiar a la madre cuyo fanatismo por el orden y la limpieza eran sumamente evidentes. La madre decía estar “desquiciada de los nervios” porque además de no aguantar a la niña el marido se pasaba el día trabajando y cuando llegaba a casa siempre estaba cansado sin ayudar para nada. Todos parecían tener el síntoma del “traslado” en sus conductas.

 

Cuando la niña apareció en mi consulta no me pareció para nada aquella niña “destructiva” que había señalado su mamá y me pareció oportuno citar a ambos progenitores para descubrir lo que imaginaba. En pocos minutos la entrevista con los padres se convirtió en una sesión de terapia de pareja en la que cada cual echaba los trapos sucios al otro y yo trataba continuamente de retomar la entrevista hacia la figura que me parecía más importante, la pobre niña, y lo menciono de ese modo porque en aquel momento pude imaginar como sería la vida para esa niña en el seno de esa familia.  Una familia donde el afecto se había tornado resentimiento, donde los abuelos parecían dividir las opiniones pero nadie había puesto orden en ello, una familia donde cada paso evolutivo que hacía esta niña era castigado por puro agobio de los progenitores.

 

La niña había llegado a asumir que sería castigada por cualquier cosa que hiciera con lo cual su ansiedad empezaba a desbordarse. Algunas conductas por las que se le castigaba: - Tirar un poco de agua fuera del vaso, hablar demasiado, escurrírsele una nieve de las manos mientras lo está comiendo. - El castigo consistía primero en griterío y bofetadas para continuar enviándola a su habitación sin cena hasta el día siguiente. La compulsividad de su madre le llevaba a castigarla si lo escrito en la agenda escolar le parecía poco pulcro, si un mechón de pelo le colgaba desordenadamente o si simplemente la presencia de la niña la había puesto nerviosa. Ésta niña aprendió y eso es lo más grave de todo, a culparse por esas conductas o simplemente por los nervios de mamá, ya que ella cada vez que la castigaba luego corría a decirle que por su culpa ahora le dolía el corazón. Otro niño quizás hubiera mostrado una conducta desafiante ante esa irracionalidad pero esta niña lo había aceptado como conducta normal.

 

Su vida estaba dominada por una gran dosis de ansiedad y si no se ponía orden en la dinámica familiar y en el funcionamiento de esos papás la evolución de esta niña no sería positiva.

 

Mi insistencia en verlos a menudo, en cambiar actitudes provocó un recelo en la madre quien rápidamente alejó a su hija de mis redes. Esta reacción no es nueva para mí ni para la mayoría de nosotros es algo con lo que vivimos a diario en el trato con pacientes pero si el paciente es un niño la rabia y la impotencia son más fuertes.

 

Padres, me gustaría que con estas líneas reflexionaran cómo es su papel con sus hijos, cómo los ayudamos y en qué cosas erramos. Si conseguimos sensibilizar a muchos modelos negativos seguro avanzaremos en el trato de esos niños indisciplinados, muchos reflejo de nuestra propia incompetencia.

 

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