Algunos estudios han demostrado que incluso los bebés que no sufren ningún problema tienden a aumentar la frecuencia e intensidad de su llanto a partir de las tres semanas de vida extra uterina.
Pero es que a las seis semanas pueden dedicar entre dos y cuatro horas a esta “afición”. Debemos entender que el llanto es el único medio de comunicación fiable y efectivo que posee el recién nacido para expresar hambre, frío, dolor, incomodidad…
Está demostrado que a última hora de la tarde la mayoría de los bebés se muestran más inquietos y aumentan su llanto. Según algunos autores, de esta manera los niños sueltan las tensiones de toda la jornada.
Las viejas teorías que apuestan por dejar llorar a los niños para que se hagan fuertes, están siendo refutadas por nuevos estudios.
Parece ser que los niños aprenden a ser confiados y sociables dependiendo de las respuestas que reciban de sus padres a sus demandas.
Aunque no se conozca la causa del llanto, se sabe que el bebé que es acariciado, atendido y acunado se calla antes que el que no recibe atención alguna.
Sin embargo tampoco es bueno acudir al primer llanto, o darle de mamar sólo para que se calle. Si al primer sonido el bebé se sabe centro de atención, se convertirá en un tirano que seguirá usando su influencia en sus padres durante toda su vida. El término medio, aquí como en casi todas las situaciones vitales, es lo más adecuado.